Colares de Derya Aksoy
Amo las cosas loca, locamente.
Me gustan las tenazas,
las tijeras,
adoro las tazas,
las argollas,
las soperas,
sin hablar, por supuesto,
del sombrero.
Amo todas las cosas,
no sólo las supremas,
sino las infinitamente chicas,
el dedal,
las espuelas,
los platos,
los floreros.
Ay, alma mía,
hermoso es el planeta,
lleno de pipas por la mano conducidas en el humo,
de llaves,
de saleros,
en fin,
todo lo que se hizo
por la mano del hombre, toda cosa:
las curvas del zapato,
el tejido,
el nuevo nacimiento
del oro sin la sangre,
los anteojos,
los clavos,
las escobas,
los relojes, las brújulas,
las monedas, la suave
suavidad de las sillas.
Ay cuántas cosas puras ha construido el hombre:
de lana,
de madera,
de cristal,
de cordeles,
mesas maravillosas,
navíos, escaleras.
Amo todas las cosas,
no porque sean ardientes o fragantes,
sino porque no sé,
porque este océano es el tuyo,
es el mío:
los botones,
las ruedas,
los pequeños tesoros olvidados,
los abanicos en cuyos plumajes desvaneció el amor
sus azahares,
las copas, los cuchillos,
las tijeras,
todo tiene en el mango, en el contorno,
la huella de unos dedos,
de una remota mano perdida
en lo más olvidado del olvido.
Yo voy por casas,
calles,
ascensores,
tocando cosas,
divisando objetos que en secreto ambiciono:
uno porque repica,
otro porque es tan suave
como la suavidad de una cadera,
otro por su color de gua profunda.
otro por su espesor de terciopelo.
Oh río irrevocable de las cosas,
no se dirá que sólo amé
lo que salta, sube, sobrevive, suspira.
No es verdad:
muchas cosas
me lo dijeron todo.
No sólo me tocaron
o las tocó mi mano,
sino que acompañaron
de tal modo mi existencia
que conmigo existieron
y fueron para mí tan existentes
que vivieron conmigo media vida
y morirán conmigo media muerte.
Me gustan las tenazas,
las tijeras,
adoro las tazas,
las argollas,
las soperas,
sin hablar, por supuesto,
del sombrero.
Amo todas las cosas,
no sólo las supremas,
sino las infinitamente chicas,
el dedal,
las espuelas,
los platos,
los floreros.
Ay, alma mía,
hermoso es el planeta,
lleno de pipas por la mano conducidas en el humo,
de llaves,
de saleros,
en fin,
todo lo que se hizo
por la mano del hombre, toda cosa:
las curvas del zapato,
el tejido,
el nuevo nacimiento
del oro sin la sangre,
los anteojos,
los clavos,
las escobas,
los relojes, las brújulas,
las monedas, la suave
suavidad de las sillas.
Ay cuántas cosas puras ha construido el hombre:
de lana,
de madera,
de cristal,
de cordeles,
mesas maravillosas,
navíos, escaleras.
Amo todas las cosas,
no porque sean ardientes o fragantes,
sino porque no sé,
porque este océano es el tuyo,
es el mío:
los botones,
las ruedas,
los pequeños tesoros olvidados,
los abanicos en cuyos plumajes desvaneció el amor
sus azahares,
las copas, los cuchillos,
las tijeras,
todo tiene en el mango, en el contorno,
la huella de unos dedos,
de una remota mano perdida
en lo más olvidado del olvido.
Yo voy por casas,
calles,
ascensores,
tocando cosas,
divisando objetos que en secreto ambiciono:
uno porque repica,
otro porque es tan suave
como la suavidad de una cadera,
otro por su color de gua profunda.
otro por su espesor de terciopelo.
Oh río irrevocable de las cosas,
no se dirá que sólo amé
lo que salta, sube, sobrevive, suspira.
No es verdad:
muchas cosas
me lo dijeron todo.
No sólo me tocaron
o las tocó mi mano,
sino que acompañaron
de tal modo mi existencia
que conmigo existieron
y fueron para mí tan existentes
que vivieron conmigo media vida
y morirán conmigo media muerte.
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